La fase de germinación en la vida y en el proceso creativo me hizo mirar adentro, confiar en el proceso que se hace en las sombras, en la oscuridad de sembrar intenciones y solo esperar, paciencia en que aparentemente no suceda nada.
Al igual que la semilla; esta primera fase del proceso me invitó a pensar en todo lo que puede contener -a- algo: un abrazo, uno mismo, los órganos internos, el círculo, un contenedor, un útero, la tierra. Y a través de estos contenedores, me permití ver que lo que aparentemente sucede en caos y en oscuridad, a nivel de cuerpo se traslada en movimientos fluidos, en sensaciones de comodidad máxima, en cerrar el cuerpo, meterse en algo que - puede sonar como un límite - pero permite una fluidez placentera para moverse en las aguas.
Creo entonces que al igual que la semilla necesita agua para expandirse; los primeros ejercicios (escritura, movimiento, collage) sirvieron como el reconocimiento de la semilla y su estado; y los segundos ejercicios (meditación, dibujo, arcilla) sirvieron como los provocadores para que esa semilla explote y se expanda en sintonía con lo que le rodea. El primer brote de identidad, de autoconocimiento surgió en este caso con las meditaciones que ayudan a verse a uno mismo como parte del todo y cada elemento que nos compone como catalizadores de ese encuentro.


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